Nosotros amamos a Dios porque él nos amó primero. Si alguien afirma: Yo amo a Dios, pero odia a su hermano, es un mentiroso; pues el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios, a quien no ha visto. Y él nos ha dado este mandamiento: el que ama a Dios, ame también a su hermano.

1a. carta del apóstol Juan 4:19-21

El amor es un sentimiento que hay que aprender, desde la infancia; es una emoción que puede variar más o menos. Lo importante es que debería crecer sin disminuir y llegar al punto de ser perfecto en el amar.

Dios nos dio su amor primeramente al crearnos como fruto del amor de nuestros padres. Demostró su perfecto amor por medio de su único Hijo, lo ofreció en favor de nuestro rescate como pecadores, llevó en la cruz nuestra culpa. El pagó ese rescate a la justicia de Dios que reclamaba nuestra condenación.

Después aprendimos a amar a Dios y aún más como nuestro Padre, Jesús nos enseñó a llamarle así porque somos sus hijos adoptados por la obra de su Hijo, todos somos hermanos. El problema que enfrentamos es cuando aborrecemos a nuestro hermano, nuestro prójimo, sea familiar, conocido o persona alguna. Si lo hacemos somos mentirosos al decir que amamos a Dios a quien aún no hemos visto y aborrecemos a alguien que forma parte también de la familia de Dios, a quien vemos frecuentemente.

Debemos ser semejantes a Cristo nunca aborreció a otro ser humano, ni aún a los que lo crucificaron, pidió perdón por ellos. El mandamiento es muy claro, “El que ama a Dios, ame también a su hermano.”

Lee 1 Juan 4:19-21