“Estas son las palabras del Maestro, hijo de David, rey en Jerusalén”

Eclesiastés  1.1 NVI

La historia de Salomón resulta muy familiar para mucha gente en cualquier época. Se le recuerda como el hijo de David, también como el rey de Israel,  como un hombre sumamente inteligente y con gran sabiduría. Lo recordamos por sus escritos, el libro de Proverbios, el Cantar de los cantares y Eclesiastés. Cuando uno comienza a leer éste último libro asombra que él se designe como predicador o maestro o convocador de una asamblea. Declara que la vida no tiene sentido ni propósito, que toda la vida es un absurdo o vanidad. La palabra absurdo o vanidad de la vida aparece en treinta de los versículos del libro. Salomón, repite a veces en la misma oración estas desesperadas palabras. Semejante interpretación de la vida desalienta al lector.

Eclesiastés son reflexiones en el proceso mental propio de un espíritu agitado por la búsqueda de la verdad, no es un discurso filosófico, no hay progresión ideológica. Eso  debe de llevarnos a reconsiderar nuestra existencia terrenal. Tu y yo tenemos la oportunidad de unirnos en sociedad y comunión con Dios, aquí la dimensión divina juega un papel muy importante porque nos sitúa con nuevos valores de la vida haciendo que ésta sea creíble. La tragedia nos alcanza cuando vivimos solos bajo el sol. Por lo tanto Salomón le dice a todos los seres humanos creyentes y no creyentes, que la vida es vana cuando la experimentamos en una filosofía encerrada o nada más que éste mundo. Es por eso que una PANDEMIA y crisis financiera mundial nos provoca  descontrol, o miedo de morir repentinamente, en la que todos estamos expuestos, ricos, pobres, iletrados, o cultos. El estar en riesgo provoca angustia, afectando nuestra mente y nuestras emociones. “Lo más absurdo de lo absurdo, dice el Maestro, todo es absurdo. ¿Que provecho obtiene el hombre de tanto afanarse en esta vida?”  (1:2-3).

La vida rutinaria y egocéntrica es monótona, pero la vida en sociedad con Dios forzosamente tiene que ser diferente, porque vive en los propósitos de Dios y con esperanza de vivir en un mundo mejor donde Cristo reinará. Entretanto tenemos que cambiar nuestra actitud hacia la vida y hacia este mundo físico. Estamos aprendiendo en estos días, que hay prioridades que debemos atender con esmero y entusiasmo, por ejemplo, tener una vida más fervorosa con Dios, con Jesucristo y con el Santo Espíritu; la familia como un núcleo donde la voluntad de Dios desciende, nuestra sincera y necesaria  amistad con los creyentes como una comunidad de fe y fraternal. Nuestra vocación en el servicio para dar honor a quien nos la dio y “terminar la vida con  gozo”. Necesitamos una nueva unción del Espíritu Santo para poder vivir en una nueva dimensión de libertad y victoria en plenitud de vida sin miedo alguno, porque estamos en las preciosas manos de Aquel que nos dice: “No temas, yo te ayudaré”. (Isaias 41:13)

Lee Eclesiastés 1:1-5